Hace unos días me refugié en la intimidad de mi casa para encontrar en mí, la fortaleza necesaria para sobreponerme a una pérdida, un duelo, un desprendimiento, separación y no sé cuantas cosas más tuve que escuchar mientras me daban el pésame en el funeral de mi hermano.
La verdad es que no he sido muy diplomática en la vida y obviamente en esos momentos no se me dio pensar en practicar la diplomacia.
Así que, cada vez que alguien intentaba darme una palabra de aliento, o decir algo que no quería escuchar, simplemente los interrumpía y les decía:
-No hay palabras que puedan expresar lo que siento. Gracias por estar aquí.
Apenas unos días antes, me reencontré con un amigo, y como era lógico nos actualizamos, platicamos de todas las cosas que haces y dices cuando eres joven, cuando las hormonas invaden el espacio cerebral de las neuronas y crees que te puedes comer el mundo de una sola mordida…
“Juventud, divino tesoro”
Recuerdo al despedirnos haberle dicho a mi amigo algo que escribo con mucha frecuencia:
-Sólo vamos a vivir una vez, hagámoslo sin remordimientos.
Que lejos estaba de imaginar que unos días más tarde me lo tendría que aplicar a mí misma y agarrarme de esa frase para levantarme y continuar…
Porque al poco tiempo Dios quiso, decidió, designó o no se que rayos pasó en su infinita sabiduría, pero se llevó a mi hermano pequeño.
Respeto la ideología de cada uno, sin embargo, particularmente no creo en el juicio final, y no me considero tan egocéntrica como para pensar que Dios personalmente me pedirá cuentas de cada minuto de mi vida, después de Él, no habría nadie a quien le deba explicaciones de nada, porque mi padre se ha ido también.
Mi compromiso con Dios es por la vida, y mi crecimiento se lo debo por eso y solo a él, porque además me ha permitido hacerlo en un cuerpo sano, con una mente sana y un corazón amoroso.
Conmigo, por quien soy.
Con mis hijos, porque las palabras jalan pero los ejemplos arrastran.
Con mis padres y hermanos, porque en el seno familiar pasé los primeros años de vida.
De ahí tomé la información básica, con todo el dolor, abandono y carencias que superamos juntos.
Con ellos he pasado los momentos más felices, y los menos afortunados, con ellos lloré la pérdida de mi padre y sólo en ellos me pude apoyar ante el profundo dolor que me invadió cuando Jorge se fue.
Porque cuando llegamos fueron ellos quienes reían, nos abrazaban y se reunían a nuestro alrededor… y cuando el más pequeño se fue, fueron ellos quienes me abrazaron y lloramos a su alrededor.
Y me di cuenta de algo…no he sabido reconocer y valorar a mi familia como debería.
Supongo que eso nos pasa a muchos, no valoramos a nuestra familia y a nuestros verdaderos amigos, hasta que de pronto, un día te ves haciendo real conciencia que la vida puede terminar en cualquier momento.
Yo no le he dicho cuanto quiero a cada uno, no les he dado suficientes besos, no les he dicho gracias por todo lo que me han dado, lo bueno y lo menos grato, porque gracias a los obstáculos y a las imposiciones, también a las palabras de aliento, claro, cada uno es quien es.
Muy pocas veces nos detenemos a pensar objetivamente en la muerte, una parte de nosotros se niega a aceptarla, o simplemente cambiamos el tema. Quizás por eso preferimos verla como un festejo y hasta nos damos el lujo de reírnos de la muerte.
La verdad es que cuando la muerte toca a la puerta, no es para nada una fiesta, no te da tiempo de razonar, no te deja hacer una última jugada, tampoco una última llamada… Simplemente llega y se va, se va, pero se lleva todos los pendientes con ella, y no nos da tiempo de nada, absolutamente de nada… así fue esta vez.
Entonces, como hermana y como amiga, no te invito, te exijo:
No dejes nada pendiente en tu día, no dejes que el rencor y la rutina te aparten de quien eres.
No permitas que la pereza te robe la oportunidad de correr, de jugar, de bailar.
Que el miedo no te impida reír, besar ni amar.
No permitas que la comodidad te quite las ganas de correr tras tus sueños, de luchar por tus anhelos.
No le des tu confianza a cualquiera, sé selectivo con tus amigos, y aleja a quien no deseas tener cerca.
Di más veces “gracias” y menos veces “lo siento”.
Usa palabras amables, porque tarde o temprano las tendrás de regreso.
Usa todo lo que te has comprado para ocasiones especiales, porque cada día es especial.
No engañes a nadie diciéndole que es único, cuando su nombre está en una agenda saturada.
No te permitas aceptar migas de afecto de quien no está dispuesto a arriesgar algo por ti, o a defenderte ante la envidia de los demás.
No le permitas a nadie que te aleje de quienes más quieres.
Trabaja mucho, sí, pero también canta, baila, juega, llora, ríe, y ama; especialmente ama, ama con pureza, ama con dulzura, ama con honestidad y ama con pasión… porque lo único te llevarás es eso.
Lo único que nos va a salvar de una vida inútil y miserable, es el amor…
Yo creo en la ley de atracción, y estoy convencida de que uno no puede ir por la vida pateando, e insultando a los demás sin ninguna consecuencia.
Hagamos lo necesario para que nuestro corazón sea siempre joven, para no renunciar a la posibilidad de comernos el mundo de una sola mordida.
Solo tenemos que aprender a tomarlo y saborearlo…
Si sólo vamos a vivir una vez, ¡hagámoslo sin remordimientos!
Para ti hermano, porque supiste arrebatarle a la vida lo que querías, porque tuviste el valor de retar a los demás, porque lloraste siempre como un niño, porque amaste hasta que quisiste, porque cantaste hasta cuando no queríamos escucharte…
Por lo que nos quedó pendiente, que caray.
Gracias por todos esos días a tu lado… la cerveza te la debo Canelo, ya tendremos oportunidad de tomárnosla…
¡Que la fuerza del amor nos acompañe siempre!!!
MARINA AZUL CELESTE
(Marina Saucedo Mondragón) octubre 5 - 2009
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