sábado, 22 de mayo de 2010

AMORES QUE MATAN

Quienes tenemos el privilegio de ser padres sabemos del enorme placer, orgullo y felicidad que nos causan los hijos al llegar a nuestras vidas; quien no recuerda el momento que los tuvo por primera vez en los brazos recién nacidos, del olor que emanan y que nos seduce al grado de no querer separarnos de ellos ni por un momento.
De la promesa silenciosa que les hacemos de cuidarlos y protegerlos toda la vida, hay quienes hemos dicho: daría mi vida por la tuya si fuera necesario… Yo hice el oso, y el que se sienta libre de pecado, que tire la primera piedra.

Esa gran bendición de Dios va creciendo… Y un día pasamos de la escena de la ternura y del amor infinito a la de una novela trágica, a una crisis existencial, pasamos de ser una madraza a repartir madrazos.

O sea, los angelitos que un día nos llenaron de ternura y orgullo mas tarde nos colman la paciencia y nos desquician, primero estamos ansiosas por que digan sus primeras palabras y luego les gritamos:
- ¡Ya cállate! 
Los animamos a dar sus primeros pasos y luego les exigimos:
- ¡Quédate quieto!
Los convencemos para que le canten a la abuelita y luego los regañamos:
- ¡Deja de hacerte el chistoso!

Somos la contradicción en pleno, pero como somos los padres y somos adultos creemos que automáticamente eso nos da sabiduría.

Por  cansancio o desepearción algunas veces buscamos un lugar en el que los cuiden y otras de plano a quien enjaretárselos. Así de lindo es esto de la maternidad.
Hasta aquí todavía estamos viviendo en un cuento de hadas, porque luego viene la edad en la que pierden el encanto y se vuelven desobedientes, torpes y olvidadizos, la adorable pubertad, y agárrate, porque llegó la adolescencia. Un día descubres en tu casa a un ente, que no habla, que come y actúa sin escrúpulos, que no tiene el menor interés de escuchar lo que le dices y que además te cuesta una fortuna.
Quienes tenemos la suerte de ser padres sabemos perfectamente de estos placeres.

Como madre he estado presente en cada etapa, sé bien de lo que estoy hablando, es una tarea ardua, sin gratificaciones y expuesta a toda clase de críticas por parte de la familia, los amigos y la sociedad en la que vivimos; tan lindos todos.

Lo interesante de esto es descubrir qué es lo que sucede en el trayecto que nos pone en un campo de batalla, en el que algunos padres terminan odiando a sus hijos o viceversa, existen casos en los que ambos se odian profundamente, pero como vivimos en una sociedad en la que el amor y la unión familiar son la base de ésta, (si, claro) nadie acepta que existe el odio en algún momento de la historia familiar de cada uno de nosotros. Si aprendemos a ser honestos descubriremos que es parte de nuestra naturaleza y que tenemos que aprender a manejar como un mero proceso de sobrevivencia de la especie humana;  que llegado el momento debemos eliminarlo de nuestras emociones y sentimientos para siempre. Y no pasa nada.

Cuando no lo hacemos, entonces tomamos a nuestros hijos como bote de basura y ahí depositamos nuestras frustraciones, odio, dolor, rencor, prepotencia, maltrato, mediocridad… Y shalalá, (que triste shalalá).

Es verdaderamente irónico que a los seres que decimos amar por sobre todas las cosas, sean aquellos a quien más daño y dolor le causamos, conciente o inconscientemente.

Finalmente mi conclusión fue muy simple: Los padres somos la causa de la inmadurez, la inseguridad, la falta de entusiasmo y la irresponsabilidad de nuestros hijos; su inseguridad es en gran parte provocada o causada por nosotros porque nos contradecimos en cada cosa y en cada caso.
Observar y analizar es algo que hago extraordinariamente bien.


Habemos madres de 45 y 50 años que vamos por la vida vestidas como quinceañeras, hay padres de 50 y más vestidos como chavitos y queriendo hacerla de galanes con las compañeras de la escuela de sus hijas, por que nos negamos a envejecer; habemos muchos padres y madres que corremos con nuestros progenitores para que nos ayuden a resolver  nuestros problemas, o para que ellos tomen decisiones por nosotros, los necesitamos también para que nos cuiden a los hijos, habemos quienes nos casamos pero seguimos viviendo en casa de la mamá, habemos quienes no somos capaces de sobreponernos solos a una ruptura amorosa y corremos a contárselo a toda la familia o a todos en la oficina, habemos quienes no somos capaces de aceptar que por nuestra decadencia nos abandonaron y buscamos culpables…

Justificaciones vamos a encontrar miles, en eso somos expertos, no solo somos expertos, edemás somos el ejemplo de un adulto maduro y responsable, modelo a seguir por nuestros hijos.

Hace unos meses mi hijo de 17 años compró boletos para un concierto de rock en martes, el plan era de él y un amigo, el padre del amigo le dijo el mismo día del concierto que no iría, que el martes no era día para asistir a conciertos.
Mi hijo se fue solo y me dijo que aunque su amigo no asistió pagaría el importe de su boleto, entonces le dije: 
- ¿No te parece suficiente castigo lo que le hizo su papá? Déjalo así, yo te lo pago.

Esa misma semana el padre del chico fue solicitado en el colegio por problemas de disciplina. (¿Casualidad?, no lo creo)

En la entrevista delante del personal docente el padre le gritó:
- ¿Cuándo vas a madurar?  ¿Cuándo vas a aprender a tomar decisiones?
¿Cuándo vas acrecer? ¿Cuándo voy a dejar de estar detrás de ti?

… ¿Quién es el que tiene que crecer, madurar y aprender a tomar decisiones? ¿A solucionar los problemas familiares en privado?


El chico ya lo está haciendo, solo que lo obligan a retroceder; tiene que ser comprensivo con su padre, es él quien está asustado, tiene miedo de que su hijo crezca, tiene miedo de que su hijo aprenda a tomar sus decisiones.

Los padres tenemos miedo de que nuestros hijos dejen de necesitarnos, no les entregamos la responsabilidad de tomar el control de sus vidas, lo queremos tener nosotros y  argumentamos que es en nombre del amor.
Los sobreprotegemos, les resolvemos todo para que no nos abandonen a cambio de su comodidad.
¿Eso es amor? Menos mal que mis padres no me quisieron tanto.

Quizá el mejor regalo que podemos darles a nuestros hjos, después de haberles dado la vida, es entregarles plenamente esa responsabilidad, entregarles el poder de hacer de sus vidas, algo extraordinario por sus propias elecciones.


Cuando mis hijos eran pequeños el pánico me hizo leer, leer y leer.

Algo de lo que leí y me reconfortó bastante se me quedó tatuado, decía:

Si quieres que tu hija tenga la capacidad de llegar a ser presidenta, no la trates como princesa.


Si quieres que tu hijo vuele alto, lejos y veloz, no le prestes tus alas.



Que la fuerza del amor nos acompañe siempre!


Marina Saucedo Mondragón
Publicado con el seudónimo

Marina Azul Celeste

No hay comentarios:

Publicar un comentario