La depresión es la enfermedad del siglo XXI, las estadísticas indican que 8 de cada 10 individuos en el mundo la han padecido alguna vez, y que 4 de cada 10 no la superan. Luego hice un recuento de todas las personas a mí alrededor que están viviendo un cuadro depresivo, y comprobé que las estadísticas no mienten. Yo misma acabo de salir de una depresión severa, que requirió de tratamiento médico y terapia.
Ni por un segundo me haría pasar como una especialista, mi interés en el tema es para entender el problema, luego ser de ayuda como hija, como madre y como amiga. Y si no puedo ayudar, por lo menos tratar con respeto y dignidad al padeciente.
Cuando tomas un curso de salvavidas (guardavidas), te dicen que la regla número uno y la más importante es: primero salva tu vida y luego ve si eres capaz de salvar la de alguien más.
La depresión es la falta de interés por vivir.
Según el diccionario DRAE: Síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos.
Clínicamente: Estado emocional afectivo aplanado que se caracteriza por la desmotivación y pocos deseos de interactuar, puede ir desde un estado leve hasta el suicidio.
La depresión se instaló en las entrañas de la sociedad. Irónicamente hoy que gracias a la ciencia el promedio de 45 se amplió a los 80 años de vida, y ha mejorado la calidad de ésta; el cáncer es curable si se detecta a tiempo y muchas otras enfermedades que antes eran mortales hoy pueden ser tratadas o controladas; hoy que la modernidad nos propicia mayores comodidades; hoy que vivimos con libertad y equidad… nada nos llena, nada nos satisface y nos embarga un vacío existencial que nos consume y nos derrota.
La depresión está ganando terreno en las sociedades del mundo entero gracias a los medios masivos de comunicación y por el ritmo de vida sobre estimulado que llevamos. Hemos caído en las garras del consumismo y la publicidad, de la cultura de lo desechable (use y tire).
La vida real está muy alejada de la que nos vende la publicidad; los mexicanos en promedio somos morenos, robustos y chaparros. Los personajes que aparecen en los programas de televisión pasan horas frente al espejo para que los peinen y los maquillen; los modelos de cualquier producto que veas en publicidad, son actores y han pasado por un trabajo minucioso de diseño de imagen, en el que las computadoras hacen un buen trabajo final.
No podemos competir contra eso, pero caemos en la trampa y compramos: zapatos, cremas, pastillas, laxantes, ropa, autos, perfumes, cigarros, etc., con la creencia de que el producto hará maravillas y cambiará en mí eso que no me gusta. Queremos ser hermosos, perfectos y jóvenes por siempre, además de millonarios.
Y ¿por qué no? si el libro de “El Secreto” dice que yo merezco ser feliz; que merezco tener una ostentosa mansión y una gran fortuna; una relación amorosa con mi alma gemela; una familia maravillosa con hijos hermosos y exitosos. Todo eso merezco… ¡Ah! pero “El Secreto” también dice que tienes que prepararte para recibir lo que mereces, y eso significa: trabajar. También habla de la causa y el efecto, y la ley del boomerang. El único hombre que se ha hecho millonario con la teoría de “El Secreto” fue quien publicó el libro y contrató a una excelente agencia de publicidad.
Lo que nos falta es aprender a aceptarnos tal cual somos; no sabemos amar; amar al prójimo y amarnos a nosotros mismo es algo que no practicamos; nos adiestraron para poseer, y como hoy ya nadie se deja poseer vivimos frustrados y deprimidos porque somos irracionales, egoístas, irascibles y egocéntricos. El problema que enfrentamos hoy, es que cada uno de nosotros quiere imponer sus propias reglas, la cultura de la prepotencia y el menor esfuerzo están arrasando con la disciplina, los valores y el respeto al derecho ajeno que tanto trabajo nos costó aprender a practicar.
No es fácil decidir por dónde empezar, el primer punto a revisar tiene que ser la pareja o la familia, tienes que ser honesto y responder si te sientes cómodo en ese lugar. El segundo punto a revisar es tu trabajo, ¿disfrutas lo que haces?
Si no te gusta lo que hay ahí tendrás que hacer lo necesario para cambiar tu realidad; la mayoría de nosotros somos infelices porque siempre hacemos “lo correcto” y no lo que amamos. Los matrimonios perfectos no existen, nunca han existido; las parejas felices que ves en las revistas de chismes están posando para la foto y además cobran una comisión por prestar su imagen. La mujer perfecta y el hombre ideal son seres fabricados y sacados de las películas de Hollywood, quienes por cierto, generalmente, ellos son homosexuales y ellas son anoréxicas y la gran mayoría son adictos a las drogas y al alcohol. Por supuesto que sus decisiones de vida merecen mi respeto, simplemente creo que no son dignos de seguir su ejemplo.
Toma el control de tu vida y haz lo que tengas que hacer para vivir con plenitud. La felicidad no está en el exterior, ni en una pareja, tampoco en una casa nueva, ni en un auto último modelo. Nada cambiará en tu vida si repites los mismos patrones de conducta y sigues con los mismos malos hábitos. Nadie en el universo tiene la consigna de hacerte feliz, esa tarea es tuya. Cuando hayas limpiado la casa y sacado la basura emocional, cosas maravillosas te sucederán.
Esos pequeños momentos de éxtasis que le dan sentido a nuestra existencia son la felicidad. A cambio, la plenitud es un estado permanente.
El 1 de Julio de 1961 en Norfolk, Inglaterra nació Diana Spencer, más conocida como la Princesa de Gales. Las cualidades que Diana poseía, su belleza y calidad humana la llevaron a ser la mujer más fotografiada del planeta hasta el día de hoy. Casada con un príncipe real y madre del futuro rey del Reino Unido. Era una princesa de carne y hueso, dueña de una verdadera fortuna; tenía a su disposición a todos los diseñadores del mundo. Con su carisma y belleza paralizaba ciudades enteras. A pesar de todo, Diana no era feliz, vivía deprimida y atormentada. Felizmente para ella al final de su vida decidió hacer lo que amaba, y no lo que era correcto.
Que la fuerza del amor y la alegría por vivir nos acompañen siempre.
*“¡Ay vida, no me mereces!”
Del libro Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
martes, 7 de junio de 2011
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