Ésta semana escuché que en México cada día mueren más mujeres por consecuencias de la violencia y por la violencia misma, que por todos los tipos de cáncer; que en otros países especialmente de África y Oriente no se clasifica como delito cuando los hombres matan a las esposas o hijas, porque lo consideran una medida de disciplina y no un asesinato.
Mi análisis me llevó a buscar los orígenes de la violencia contra las mujeres. Menos mal que sólo tuve que regresarme unos diez mil años, y que aún recuerdo todo muy bien, porque sé, que yo estuve ahí.
Hay una teoría que me gusta, porque asegura que las que propiciamos abandonar la vida de nómadas y establecernos como sociedad fuimos nosotras. Esta teoría dice que las mujeres en estado avanzado de gestación y las que teníamos hijos pequeños, al no poder seguir la marcha detrás de la manada nos establecíamos temporalmente en cuevas para parir y, dar tiempo a los pequeños de crecer.
Así descubrimos que era mucho más cómodo hacer pie de casa que andar de caza, dijimos: de aquí soy…
En ese momento nos volvimos “la señora de la cueva”. La adaptamos, la acondicionamos y la decoramos; al mismo tiempo descubrimos que podíamos cultivar hortalizas, también aprendimos a criar animales de corral para hacer variada nuestra dieta y, adaptamos todo en nuestro entorno a nosotras y a nuestra nueva forma de vida.
Las mujeres nos agrupábamos en pequeñas comunidades (matriarcados) y los hombres en grupos de cazadores nómadas con quienes negiciábamos e intercambiábamos productos; toda clase de productos. Hasta aquí de la familia nada de nada, por esta razón la vida en ése momento de la historia era perfecta, tan perfecta como podía serlo.
Pero, ¡siempre hay un maldito pero! empezamos a ser objeto de robo, de rapiña, de sometimiento y de abusos de grupos de machos haraganes. Recuerden que aún éramos muy primitivos, (si hoy lo somos, como sería en ese tiempo).
A alguna mujer se le ocurrió la descabellada idea de que, si lográbamos convencer a los hombres (a los buenos), de que los necesitábamos al grado de ser indispensables para nosotras, de que era importante para nuestro bienestar el que nos protegieran, quizás ya no padeceríamos abusos. Obviamente ésta mujer estaba en un estrado de pánico, angustia y desesperación, o sea, estaba traumada y, contagió al grupo entero. Trauma severo que fue causado por los abusos y los sometimientos de los cuales fue víctima muchísimas veces, tantas como se puedan acumular a lo largo miles de años de evolución.
Solución: Machos para protegernos de los otros machos, ¿no suena ilógico?
Ahora querida amiga, dime:¿Como convencer a un macho que es libre, que no necesita nada, que va a visitar a cuanta comunidad le place para dejar sus genes repartidos por todo el territorio; de que lo deje todo para venir a cuidar una cueva con algunas hembras, llena de niños y un corral con unos cuántos animalitos? Cuando en realidad él no necesita establecerse, a él todo le va perfecto.
Y como no hay una sola cosa que no logremos las mujeres: lo convencimos… y él llegó a casa y se instaló. No sin antes entregar una larga lista de condiciones: decidió que sólo protegería a los pequeños que tuvieran sus genes, en adelante él tomaría las decisiones, la organización, la economía y, bueno, yo podría continuar… pero recuerda que son miles de años de historia, así que lo resumiré todo en una sola palabra: sumisión.
Nosotras, las mujeres que habíamos creado todo, les concedimos la propiedad, la exclusividad y el control de todo. Qué triste realidad.
¿Verdad que está cañón?, ¿Verdad que duele?
Lo que a mí en particular me duele no es el hecho de haberlo integrado a nuestra comunidad, al contrario. Lo que verdaderamente me duele y tengo que gritarlo, es que: ¡nosotras también nos tragamos esa maldita mentira! ¡Lo convencimos, pero nos convencimos!
Y diez mil años no han sido suficientes para recuperar la memoria, ¡para que nos caiga el veinte!
¿Por qué continuamos dispuestas y de rodillas ante un hombre sólo para que nos proteja?
¿Por qué seguimos educando a nuestras hijas para que busque un buen marido que las mantenga?
¿Por qué seguimos educando a hijos machos, golpeadores y prepotentes, o atenidos y haraganes?
¿Por qué justificamos la infidelidad y promiscuidad en los hombres, y la condenamos en las mujeres?
¿Por qué las mujeres tratamos tan mal a las mujeres?
¡Por qué rayos!... ¿¡Por qué!? Por favor, haz un alto en tu camino y pregúntate: ¿por qué lo seguimos haciendo?
Hoy en mi corazón pongo un moño blanco en memoria de cada una de todas las mujeres que hemos tenido que sufrir las consecuencias de esa mala, muy mala decisión que se tomó en un momento de pánico, angustia y desesperación. Lo único que consuela a mi corazón desgarrado de dolor, es saber que ellos saben; los hombres saben perfectamente que si un día recuperamos la memoria tomaremos el control…
Y volverá a ser todo perfecto, tan perfecto como pueda serlo.
¿Ahora ves por qué no quieren que recuperemos la memoria? Ahora ves por qué algunos hombres necesitan golpear, humillar, difamar y hasta asesinar a esa mujer que tienen al lado. Porque ella tiene el poder, y si decide, puede recuperarlo todo.
Te pido por favor que nunca tomes decisiones en estado de pánico, angustia y desesperación, porque pueden tener consecuencias desastrosas.
Me parece que contribuir a que se celebre un día internacional para honrar a la mujer, es aceptar que somos sujetas de consideración, débiles e incompetentes.
No creo que a la Reina de Inglaterra le beneficie en absoluto y, tampoco creo que a las mujeres del Islam les garantice un mejor futuro nuestra gran celebración.
La vida de las mujeres que han aceptado vivir en un esquema de violencia y sumisión sólo cambiará cuando cada una de ellas recupere su memoria y diga: ¡basta!
Cuando cada una de nosotras diga: ¡basta!
¡Que la fuerza del amor y la buena memoria nos acompañen siempre!
Marina Saucedo Mondragón
Publicado el 10 de marzo de 2009 (MARINA AZUL CELESTE)
lunes, 7 de marzo de 2011
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