Una persona llega con su confesor y quiere desahogar su culpa por haber difamado a un ser cercano; es conciente de que sus injurias causaron un grave daño moral y social, así que para liberarse de la culpa le pide al ministro le imponga una penitencia y aligerar su peso.
Luego, el confesor le dice que el daño que hizo se va a reparar siempre y cuando siga sus indicaciones al pie de la letra: “tomarás una almohada llena de plumas, subirás a la montaña y ya en lo alto vaciarás todas las plumas. Luego recogerás las plumas una por una e intentarás hacer la misma almohada con lo que recojas. Cuando logres hacer esto, el daño que hiciste será resarcido”.
El tema de hoy queridos amigos es la confianza, ¿qué es la confianza?, ¿cuándo la entregamos?, ¿cuándo la perdemos?, ¿en quién la depositamos?
Si nos vamos al término del diccionario es algo muy simple: confianza. Esperanza firme que se tiene en una persona, sinónimo de seguridad; pero si le agregamos lealtad, incondicionalidad, intimidad y tantos más que se podrían incluir en la lista de lo que la confianza es, resulta que la confianza es algo extraordinario y difícil de encontrar, o difícil de ofrecer.
En mi opinión la confianza es de cristal, es decir algo tan fuerte como frágil; una vez que la confianza en alguien se ha perdido no la volverás a recuperar jamás.
También me gusta comparar los huesos del cuerpo humano con la confianza. Todos sabemos que cuando un hueso del cuerpo se fractura (o se rompe) nunca sana por completo, quizás vuelva a soldar y quede en su lugar, o quizás tenga que intervenir un especialista y en un intento desesperado para que el cuerpo vuelva a funcionar lo repare con una prótesis o técnicas violentas e invasivas, pero en la memoria celular del cuerpo queda una lesión, una fragilidad, y dicen los sobrevivientes que en la época de frío te invade un dolor intenso y profundo.
Quién de nosotros no ha sentido un dolor intenso y profundo al descubrir que confió en alguien que no era digno de tal privilegio; cuántas veces nos sentimos traicionados, defraudados y decepcionados luego de que te enteras de que tus intimidades son la causa de los rumores familiares y entre "amigos".
Como un ejercicio de honestidad debemos confesar que también hemos estado del otro lado, porque alguna vez cometimos el error de ser indiscretos, de exhibir intimidades ajenas, de ser lo suficientemente cobardes y canallas como para intentar quedar bien hablando de la intimidad de otros.
Lo malo no es cometer un error, lo malo es no dejar de hacerlo y mancillar la intimidad de los demás. La intimida no es lo sexual, no; la intimidad es la vida privada de alguien, la intimida es lo que sólo me compete a mí; el derecho a la intimidad es algo que la ley nos concede por lo tanto la intimidad de una persona es sagrada (o debería serlo).
La sociedad en la que vivimos no ayuda a combatir éste mal hábito y, hacemos del chisme lo cotidiano, usamos la información que tenemos de los demás como una herramienta, o como una llave para abrir puertas.
Hace unos días comí con un amigo y, nos tocó ser vecinos de mesa de un grupo de señoras que se reunieron para actualizarse de chismes; hablaron incansablemente de gente que obviamente no estaba presente para dfenderse; me sorprendió ver como se peleaban por tomar la palabra y tirar sobre la mesa los hechos más recientes (fue un espectáculo patético). Y mis amigos hombres no se rían, que ésa actividad no es exclusiva de mujeres, ya que alguna vez también me ha tocado presenciar el mismo espectáculo con hombres en algún bar.
Mii conclusión es que lo que mueve a la gente a exponer la intimidad de la gente es la envidia, es el pesar por el bien ajeno lo que muerde las entrañas. Al hablar de los demás lo único que estamos evidenciando es la impotencia que sentimos al no estar en su lugar, al no calzar sus zapatos y no disfrutar del puesto, la pareja o el éxito envidiados. Nos sentimos tan inferiores a ellos que queremos bajarlos a nuestro nivel y el único medio que tenemos para hacer eso el chisme y la injuria.
La próxima vez que te sientas triste o en la “depre” sé prudente, porque cuando nuestro ánimo está bajo somos vulnerables, y en ése momento abrimos el corazón y vaciamos nuestras intimidades con la primera persona dispuesta a escuchar, algunas veces ni siquiera está dispuesta, sino que le obligamos a escucharnos. Propongo que seamos más prudentes, más cuidadosos con nuestra propia intimidad.
Yo me siento privilegiada de tener amigos leales y sinceros, lo he comprobado porque al tener la oportunidad de lucirse revelando información de mi intimidad no lo hicieron. Eso es ser de confianza.
Si quieres saber cuán de fiar eres tú, pregúntate lo siguiente: ¿cuántas personas se sienten privilegiadas por contar con tu lealtad, tu discreción y tu afecto?
Si las palabras valen plata, el silencio vale oro. Moshé Ibn Ezra
¡Que la fuerza del amor nos acompañe siempre!